domingo, 5 de abril de 2015

Sombras del Pasado (Historias de Terror y Misterio nº 1) - Capítulo VII


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El aterrizaje fue rápido, sin complicaciones. Tras unos minutos de espera, las puertas de la aeronave se abrieron y Mario salió sin pausa alguna de la terminal del aeropuerto de Memphis. El calor era absolutamente insoportable mientras esperaba para coger un taxi que le llevase a Anthonyville. Por fortuna, no había demasiadas personas haciendo cola por lo que apenas tardó cinco minutos en tomar uno. Sin dar tiempo a que el taxista preguntase sobre el destino, Mario le indicó la dirección de la gasolinera, la cual era totalmente desconocida para el viejo conductor. Aún así, Mario insistió en que le llevase al punto kilométrico 57 de la Carretera Rural 50 de Arkansas, a lo que finalmente accedió gracias a una generosa propina ofrecida por Mario. El taxi era un viejo modelo Ford, tal vez de los años 70 y carente de aire acondicionado.

Eran apenas las cinco y media de la tarde y el sol comenzaba a esconderse. Sin embargo, el contumaz bochorno húmedo había llegado a un punto difícilmente soportable para Mario. Su cara estaba cubierta de gotas de sudor. El pelo parecía totalmente mojado y la camisa estaba pegajosamente pegada a su cuerpo. Sin dudarlo, se desabrochó los botones de los puños de la camisa y se remangó hasta la altura de los codos. Miró hacia la ventana y observó lo rápido que cambiaba el paisaje. A medida que se acercaban a Anthonyville, el verde horizonte comenzaba a adoptar las formas de un desierto, en donde las vacías montañas y la ardiente arena lo cubrían todo. No se veía rastro alguno de vida transitando por aquella fantasmal carretera. Únicamente los negros buitres parecían merodear.
El taxista preguntó la razón de tan extraño destino, pero no obtuvo respuesta. Mario estaba absorto en el puzzle que en aquel momento era su cabeza. Ahora recordaba su furtivo viaje a Haití y su participación en aquel místico ritual de magia negra. La causa de su participación, seguía siendo un enigma.

La carretera parecía llegar hasta el infinito. Sin curvas, sin vida, aquel camino pobremente asfaltado se perdía en la inmensidad de lo que ya sin duda se había convertido en un fúnebre desierto. A las seis en punto de la tarde, el coche se detuvo enfrente de una vieja gasolinera. Era exactamente el kilómetro 57 de la Carretera Rural número 50 de Arkansas. Mario se bajó y observó todo cuanto le rodeaba mientras el taxi, cubriéndolo todo de polvo, se marchaba velozmente.
Justo delante, a duras penas se alzaba una gasolinera que parecía estar abandonada si no fuera por la luz que salía de sus ventanas. Alrededor, el más plano desierto se lo había tragado todo. Sólo una pequeña cadena montañosa parecía sobresalir tras la estación de servicio. El sol hacía tiempo que se había escondido y lo poco que podía ver Mario era gracias a las luces que provenían de la gasolinera y de las antiguas y escasas farolas que bordeaban la carretera.
Decidido, inició su marcha hacía la gasolinera seguro de que era allí donde podría poner fin al desesperado sufrimiento y agonía que le llevaba atormentando durante todo ese día. Era tal el vacío que sentía, la oscuridad en la que se encontraba vagando, que estaba seguro de que, sin saber cómo, le habían arrebatado su propia alma.


*photo credit: an untrained eye via photopin cc

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