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CAPÍTULO IITras un breve descanso y, con la mente algo más clara, se levantó de nuevo, se anudó fuertemente la gruesa corbata negra que llevaba puesta, se abrochó el botón central de su americana y se dirigió hacia la puerta con la única idea en la cabeza de regresar a su casa lo antes posible y dormir unas horas. Cuando su mano todavía temblorosa se apresuraba a abrir la puerta, Jonás apareció súbitamente por una puerta trasera de la que Mario no había reparado de su existencia hasta ese mismo momento, sosteniendo un vaso lleno de lo que parecía ser una infusión.
-¿Se
encuentra ya mejor señor? -Dijo Jonás mientras lentamente se
acercaba hacia Mario.
-Sí,
parece que estoy mucho mejor. Me disponía a regresar a mi casa,
aunque, por supuesto, le agradezco que me trajese hasta aquí y que
impidiera que cayese al duro suelo –respondió Mario con una
sonrisa en su cara.
Mario
observó durante unos instantes a Jonás. Su aspecto era intrigante y
atemorizador a partes iguales. Su complexión era extremadamente
delgada y alta, calculando Mario que tal vez midiese aproximadamente
dos metros. Las facciones de su cara estaban extremadamente marcadas,
lo cual hacía que las cuencas de sus negros ojos tuvieran la
apariencia de ser mucho más profundas de lo que realmente eran,
contrastando con la prominencia de su frente y la palidez de su
rostro. La mandíbula, en cambio, era estrecha y frágil, por lo que
el conjunto de su cara inspiraba un miedo irracional del que Mario no
podía escapar. Sus dedos eran largos y huesudos y no dejaban de
moverse, haciendo extrañas figuras que cambiaban a cada instante.
Pero lo que más inquietaba a Mario era su mirada profunda, vacía y
hueca que intentaba desesperadamente sumergirse en lo más profundo
de su alma en búsqueda de algo que sólo aquel extraño ser podía
saber.
-Sin
problema –contestó velozmente –llevaba observándole desde que
abandonó el edificio y parecía encontrarse indispuesto. Cuando me
estaba acercando para comprobar si todo iba bien usted se desvaneció
y por eso le traje hasta aquí. Le he preparado una infusión de
hierbas, seguro que le ayuda a recuperarse.
-Gracias
de nuevo, pero me siento mucho mejor. Además, tengo que marcharme
ahora mismo, tengo cierta prisa -dijo Mario queriendo finalizar la
conversación.
-Claro
–espetó Jonás con una mueca de dolor -yo también tengo que
atender varios asuntos. Ni se puede imaginar todo el trabajo que este
edificio da. Le dejo la infusión en la mesa por si quiere tomársela.
-No
me apetece, pero mucha gracias por su atención Jonás -Respondió
Mario mientras leía el nombre del portero en la identificación que
tenía colocada en la solapa de su chaleco verde.
Mario
observó aliviado como el sombrío portero se daba la vuelta y, tras
dejar el vaso que portaba en la mesa de madera, se dirigía a la
puerta trasera de donde repentinamente había aparecido hacía unos
minutos. Bruscamente, se detuvo de nuevo y giró su cabeza justo en
un punto en donde el flexo de la habitación le iluminaba
completamente su cadavérica cara, haciéndola aún más pálida y
cubriendo de sombras el resto de su cuerpo. Mario, turbado y
completamente desencajado creyó ver a la misma muerte delante de él
y quiso salir corriendo de aquella habitación, pero sus piernas no
le respondían.
Estaba
totalmente paralizado y no había músculo alguno en todo su cuerpo
que contestase a los impulsos que su cerebro estaba infructuosamente
mandando. Con lágrimas en los ojos, dirigió su mirada a los oscuros
ojos del portero que ahora parecían ser del color de la bilis, y así
la mantuvo hasta que aquel hombre sacó un papel amarillento de su
chaleco y lo dejó sobre la mesilla auxiliar que sostenía el flexo.
-Este
papel es suyo señor -dijo con una voz prácticamente inaudible y una
sonrisa sombría -se le cayó al suelo justo antes de desmayarse. Por
favor, sea más cuidadoso con sus pertenencias, especialmente con
aquellas de las que depende su vida.
Mario
no pudo articular palabra alguna en ese momento. Quería salir
corriendo pero no podía moverse. El miedo le impedía pensar. Ni
siquiera entendía cómo había llegado a ese lugar, y ahora se
encontraba encerrado en una habitación con un desequilibrado. De
nuevo, nada parecía tener sentido. Apretando fuertemente sus dientes
y tras haber inspirado profundamente, avanzó tembloroso hasta la
mesilla, agarró el papel y retrocedió lentamente sin apartar la
mirada de la cara del portero, la cual arrastraba un gesto de
desesperación y tormento que Mario estaba convencido no podía
provenir de rostro humano.
*photo credit: ravalli1 via photopin cc
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