Buenos días -dijo Mario muy acelerado -quiero un billete para Anthonyville, Arkansas.
-Lo siento mucho señor, pero esta compañía no vuela a Anthonyville -respondió la rubia azafata con una permanente sonrisa.
-Quizás podría averiguar si alguna otra aerolínea vuela hasta allí, necesito llegar urgentemente.
La joven azafata, ante el evidente rostro de desesperación de Mario, se apresuró a buscar en su ordenador si alguna otra compañía cubría semejante destino, pero el esfuerzo fue inútil. La chica le informó que Anthonyville no tenía aeropuerto y su población no excedía de 300 personas. Mario sintió como si su respiración se cortase. Un profundo malestar se adueñó de él. Desesperado, se giró y se golpeó violentamente la frente con la palma de su mano. La angustia que sentía no hacía más que crecer, y la inexplicable necesidad de llegar a la gasolinera de un pueblo perdido en pleno desierto le estaba matando a medida que pasaban los minutos.
Cuando iba a comenzar a gritar desesperado, escuchó la dulce voz de la azafata pidiéndole que volviese al mostrador. Al parecer, era posible volar hasta el aeropuerto de Memphis, que se encontraba aproximadamente a unos 18 kilómetros de Anthonyville. La extremadamente pálida y demacrada cara de Mario dejó hueco a un suspiro de alivio y un atisbo de sonrisa se dejó ver por unas milésimas de segundo. El vuelo tenía prevista su salida a las 15:15 minutos de aquel 1 de abril. No había prisa, quedaban aproximadamente unas tres horas hasta que comenzase el embarque.
Agobiado y sediento, con un calor que parecía provenir de las mismas entrañas del infierno, Mario se volvió a quitar la americana que se había puesto tras bajarse del taxi. Confuso y perdido, vagó por los atestados corredores y salas del aeropuerto hasta que sin fuerzas para poder dar un paso más, decidió entrar en una desértica cafetería, comprarse un café doble con hielo y sentarse en una mesa situada en el fondo del local. Tras beber un buen trago, quiso recapacitar y ordenar su abstraída mente. Para ello, intentó por segunda vez en poco más de dos horas, hacer un repaso por todas las actividades y movimientos que había realizado en la tarde noche del día anterior y que sin duda le habían conducido hasta donde se encontraba, pero nada extraño o especial se asomó a su mente. La misma rutina. Exactamente la misma y anodina rutina. No conseguía recordar cómo había llegado al lúgubre edificio Wildbury y el por qué de aquella decisión.
Derrotado, miró el reloj de su muñeca. Era la una menos cuarto aún y cada vez se sentía más acalorado, por lo que se quiso levantar y comprar otro café con hielo. Cuando levantó la mirada de la mesa, un rubio y desgarbado niño de unos 9 años aproximadamente le estaba observando desde el otro extremo de la mesa. Su rostro era absolutamente serio y su indumentaria negra inspiraba un temor irracional en la ya de por sí inquieta mente de Mario.
-¿Dónde se dirige? -preguntó el niño sin dejar de mirar fijamente a los ojos de Mario.
-A un pequeño pueblo del que seguro nunca has oído hablar -respondió.
-No esté tan seguro. Yo nací allí, lo conozco muy bien, y le puedo decir que hace mucho calor en estas fechas -aseguró el crío sin perder por un momento su funesto semblante.
Mario retrocedió sorprendido hasta darse con la espalda en la pared. El niño se acercó al unísono y dejó sobre la mesa una tarjeta de visita blanca y azul que parecía tener muchos años. Mario dudó en un principio, pero finalmente decidió cogerla. Lentamente, se la llevó hacia los ojos y leyó su contenido: “Gasolinas Thriump. Carretera Rural 50, Km 57, AR”. Su corazón comenzó a palpitar más fuertemente y más deprisa que nunca. El estómago le dio un vuelco y sintió el más sincero y profundo pánico que un ser humano puede sufrir. No había duda, algo pasaba y estaba en el camino correcto o quizás en el incorrecto, pero ahora sí estaba seguro que tenía que llegar en ese mismo día a Anthonyville y enfrentarse a lo que le estaba esperando.
Mario levantó la cabeza para preguntar a aquel niño por sus padres, pero había desaparecido. Corriendo, se dirigió a la barra y preguntó a la chica que estaba detrás si había visto salir al pequeño niño, pero respondió no haber visto a ningún niño en toda la mañana. No le sorprendió la respuesta.
*photo credit: an untrained eye via photopin cc
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